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Post Ana Turmac, 24 noviembre, 2024

Violencia de género y resignificación de historias

Cartel morado con el mensaje 'Equal Rights' en una manifestación del 25N, representando la lucha contra la violencia de género y por los derechos de las mujeres

Historias de resistencia frente a la violencia de género

El peso de las historias

Cada 25 de noviembre, el mundo se detiene para conmemorar el Día Internacional contra la Violencia de Género. Esta fecha nos invita a reflexionar sobre las causas estructurales de la violencia de género y la resignificación de historias como actos de resistencia.

La violencia ejercida contra las mujeres no es un fenómeno aislado ni un problema privado. Es el resultado de estructuras culturales profundamente arraigadas, de roles de género que condicionan nuestras vidas y de relaciones de poder que limitan la autonomía de las mujeres. Este día también nos invita a reconocer y honrar las resistencias colectivas que buscan transformar el mundo.

Los mandatos de género y su influencia en la vida cotidiana

Las historias de género que vivimos, esas que nos dictan cómo deberíamos ser y estar en el mundo, parecen inevitables o naturales. Sin embargo, han sido construidas en un contexto político, social y cultural que impone mandatos sobre cómo debemos actuar. Este artículo explora cómo las mujeres han trabajado en la violencia de género y la resignificación de historias, transformando sus experiencias en actos de resistencia y recuperación.

En el marco de este 25N, estas historias son un recordatorio de que redefinir nuestras experiencias también es un acto político, una forma de resistencia ante las estructuras que perpetúan la violencia de género. Cada relato reescrito es un pequeño triunfo contra el silencio, una voz que se alza para decir: “Aquí estoy. Esta es mi vida, y soy yo quien decide cómo vivirla.”

Historias de resistencia contra la violencia de género

A través de estas historias, veremos cómo la violencia de género y la resignificación de historias están profundamente conectadas. Cada relato muestra cómo las mujeres desafían las narrativas impuestas y recuperan su voz.

Reconociendo el peso de los roles asignados: María y la mochila de la carga familiar

“La carga familiar es como una mochila que llevas sobre tus hombros de toda la vida. Y un día te das cuenta de que te pesa mucho, que te cansa. Pero nunca te has parado a pensar en qué hay en esa mochila. No lo sabes. Has normalizado tener que llevarlo, porque te han dicho que tienes que llevarlo, porque siempre ha sido así, porque de manera más o menos explícita, esa mochila siempre se te ha asignado a ti.”

Como muchas mujeres, María creció en un entorno donde se le enseñó que ser “buena hija, buena madre, buena pareja” implicaba poner las necesidades de los demás por encima de las propias. Durante años, asumió responsabilidades que no le correspondían. El cansancio acumulado de esa carga invisible la llevó a buscar un espacio terapéutico donde reflexionar sobre lo que realmente significa esa “mochila”. 

María reflexionó sobre cómo los mandatos de género moldearon su vida. Al identificar su «mochila invisible», entendió que los roles impuestos perpetúan la violencia de género. Este proceso le permitió resignificar su historia y decidir qué responsabilidades realmente deseaba llevar.

Redefiniendo el daño: Ana y el ciclo de la autoagresión

“¿Por qué, si otro es el que lo ha hecho mal y no yo, estoy pensando en hacerme daño a mí misma? Es como si cuando intento suicidarme, intentara matar a todas las mujeres que han contribuido a lo que soy hoy.”

Ana empezó su terapia cargando con una historia que la culpaba por las situaciones de abusos que había vivido. Había interiorizado el daño hasta el punto de creer que merecía castigarse a sí misma. En una de sus primeras conversaciones, Ana expresó cómo sus intentos de autoagresión eran una forma de borrar su propia historia, un acto de violencia contra sí misma y contra todas las mujeres que habían sido parte de su vida. 

A través de preguntas que la invitaban a explorar los orígenes de estas ideas y deconstruirlas, Ana comenzó a distinguir su identidad del daño que había sufrido. En lugar de seguir alimentando una historia que perpetuaba el abuso, empezó a construir un relato en el que podía honrar a esas mujeres que la habían inspirado y enseñado a cuidar de sí misma como acto de resistencia y amor propio. 

Recuperando la voz propia: Sara y la valentía de contestar

«Ahora me siento fuerte, valiente, capaz de contestar a un comentario machista, grande porque ahora puedo hablar y defender a las mujeres, apta para defender mis ideas, con la suficiente capacidad para saber qué es lo que me conviene. Qué poderosa es la información y el conocimiento! Antes no sabía defenderme; ahora sí sé.»

En sus primeras sesiones, Sara se describía como alguien que “prefería callar”, incapaz de responder ante comentarios machistas o injustos. Esa falta de respuesta no nacía de la aceptación, sino del miedo a las consecuencias de alzar la voz. Sin embargo, a lo largo de su proceso, Sara comenzó a identificar pequeñas resistencias que siempre habían estado presentes, aunque pasaban desapercibidas: momentos en los que había desafiado, aunque fuera en silencio, en su mente, las historias de opresión y discriminación.

Sara aprendió a utilizar su voz como una herramienta de resistencia. Reconocer sus pequeños actos de valentía le permitió conectar su experiencia personal con un proceso más amplio de resignificación de historias.

Resignificando el daño entre mujeres: Marta y las heridas entre iguales

«Siempre pensé que las mujeres éramos aliadas naturales. Pero en algunos momentos de mi vida, el daño más profundo no vino de un hombre, sino de mujeres de mi familia política. Fue doloroso darme cuenta de que , en lugar de encontrar apoyo, enfrenté juicios, rechazo, críticas y manipulaciones. Me costó tanto aceptar esto porque sentía que estaba traicionando el feminismo. ¿Cómo reconciliar esta contradicción?»

Marta llegó a terapia con una mezcla de confusión, culpa y rabia. Había intentado durante años integrarse en la familia de su pareja, buscando aceptación y apoyo. Sin embargo, en lugar de apoyo, encontró exclusión. Lo que más le dolía no era el rechazo, sino que este venía de mujeres que, en teoría, compartían con ella el peso de las desigualdades. 

La terapia como espacio de resignificación

En terapia, Marta comenzó a explorar las dinámicas familiares en las que se había visto envuelta. Comprendió que las mujeres de esa familia estaban atrapadas en mandatos que les imponían roles de control y competencia entre ellas. Estas narrativas, a menudo invisibles, fomentaban juicios y divisiones en lugar de solidaridad. Entender esto no justificaba lo que había vivido, pero le permitió mirar el daño desde otra perspectiva: no como un defecto de carácter de esas mujeres, sino como el resultado de un sistema que las había moldeado. 

Construyendo relaciones desde el respeto y la sonoridad

La historia de Marta nos muestra que incluso en los espacios más cercanos y complejos, como la familia política, se pueden reproducir mandatos culturales de control y competencia entre las mujeres. Reconocer el daño en estos contextos no significa traicionar la sororidad, sino identificar cómo el patriarcado afecta la relación entre las mujeres. Redefinir esta experiencia implica validar el daño, establecer límites y aprender a construir relaciones desde un lugar más sano, donde el respeto propio y mutuo sea el eje central.  

Cada una de estas historias muestra cómo las mujeres, al explorar los efectos de los mandatos de género y las relaciones de poder en sus vidas, pueden recuperar la capacidad de decidir sobre los significados que dan a sus propias experiencias. En este proceso, el acto de nombrar, cuestionar y resignificar se convierte en una herramienta poderosa para modificar tanto la percepción individual como las dinámicas colectivas. 

Estas mujeres no solo reescribieron sus historias personales; también rompieron con los relatos culturales que buscan limitar su autonomía. Al hacerlo, nos invitan a reflexionar sobre nuestras propias “mochilas”, daños interiorizados, voces silenciadas y sobre las posibilidades que existen de liberarnos. 

Violencia de género y resignificación de historias: un acto de resistencia

Las historias que contamos sobre nosotras mismas tienen un poder inmenso. Pueden ser herramientas que perpetúan el dolor y la opresión, pero también pueden convertirse en puertas hacia la libertad y la reconstrucción. A lo largo de este artículo, hemos visto cómo mujeres como María, Ana, Sara y Marta han desafiado las narrativas que habían dirigido sus vidas, construyendo nuevas versiones de sí mismas basadas en la valentía, la agencia y la dignidad. 

Reescribir las historias como acto político

El proceso de reescribir estas historias es profundamente político. No es solo un acto individual; es una resistencia activa contra las estructuras de poder que han sostenido las desigualdades de género durante siglos. Cada vez que una mujer cuestiona el peso de la “mochila” que se le ha asignado, está contribuyendo a transformar la cultura que perpetúa la violencia de género. 

El feminismo y la práctica terapéutica, aunque desde ángulos distintos, comparten un principio fundamental: reconocer que la experiencia de las mujeres no está aislada del contexto social, cultural y político en el que viven. Resignificar estas experiencias implica escuchar, validar y trabajar junto a las mujeres para construir historias que reflejen sus valores, sueños y capacidades. Este enfoque no sólo desafía las relaciones de poner dentro de la terapia, sino que también pone en el centro a las mujeres como expertas en sus propias vidas. 

Honrar el pasado y construir el futuro

El 25N es una oportunidad para honrar a quienes han alzado la voz y resistido, pero también para mirar hacia delante. Este día nos recuerda que la lucha no solo está en las acalles, sino también en las historias que contamos y en las que ayudamos a construir. Cada mujer que se libera de los mandatos impuestos y toma el control de su historia de vida contribuye a un cambio colectivo que alcanza más allá de lo visible. 

Así como María reflexionó sobre su mochila, Ana resignificó el daño, Sara recuperó su voz y Marta entendió que las mujeres también pueden ejercer abusos contra otras mujeres, todas podemos cuestionar las historias que cargamos, soltar aquello que no nos pertenece y crear un futuro más justo. Porque cada historia reescrita es un acto de resistencia y un paso hacia una sociedad donde las mujeres puedan vivir libres de violencias. 

En este camino, el desafío es colectivo: escuchar con respeto, apoyar con empatía y reconocer el valor de cada paso hacia la transformación. Como mujeres, como terapeutas, como parte de una sociedad, tenemos la oportunidad de contribuir a esa reescritura. 

Reflexiona sobre tu propia historia de vida: ¿Qué cargas estás lista para soltar? ¿Qué relatos quieres transformar? Este 25N, hagamos de nuestros relatos de vida una herramienta para el cambio. Porque al cambiar historias personales, estamos revolucionando el mundo. Y ese es un futuro que merece ser contado. 

TERAPIA, MEDIACIÓN Y FORMACIÓN

La persona no es el problema. El problema es el problema

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