
Cuando hablamos de externalización nos estamos refiriendo a «un abordaje terapéutico que insta a las personas a cosificar y, a veces, a personificar, los problemas que las oprimen» (White y Epston, 1993). La externalización fue propuesta por Michael White a principios de la década de los ’80 y representa una mirada distinta hacia el problema que las personas traen a consulta.
White buscaba que los consultantes que acudían a terapia lograsen comprender que «la persona no es el problema, el problema es el problema», creando una entidad separada entre ambos. A través de este cambio, la persona puede comenzar a describirse y verse a sí misma y sus relaciones desde una perspectiva distinta, con otros lentes. «Una perspectiva no saturada por el problema» (White y Epston, 1993).
La externalización y la tristeza
La externalización es uno de los pasos al avanzar en el proceso de descubrir que el problema no nos define y no es la única verdad sobre nuestra vida. Que hay mucho más y que siempre será emocionante encontrarnos con nuevas versiones nuestras, que nada tienen que ver con lo que creíamos.
Creo que siempre es importante escuchar lo que está sucediendo y comprender. Trabajando en conjunto consultante y terapeuta, podemos explorar la historia que hay detrás de la experiencia emocional, incluso amigándonos con lo que sucede. Pero siempre mirándolo de frente. Porque está allí, está afuera, no está dentro y nunca lo estuvo.
Por ejemplo, hoy podemos hablar de la tristeza. ¿Alguna vez te preguntaste qué pasaría si le abrieras la puerta, le miras a los ojos y le dieras la bienvenida?
Todos sentimos tristeza en algún momento de nuestras vidas, eso es seguro. Es verdad que nos produce una sensación de incomodidad. Tal vez en ese momento sólo tenemos ganas de salir corriendo y dejarla sola, no escucharla, intentar no sentirla o evadirnos de diferentes maneras. Pero ¿me creerías si te cuento que de esa forma ella estará esperando del otro lado de la puerta y no se irá?
Aprender a tratar la tristeza como una invitada, sé que no es fácil. Lleva su tiempo y es un proceso que conlleva aprendizaje. Pero se puede y es importante. Mirarla a los ojos y preguntarle qué necesita, en qué la podemos ayudar, qué podemos hacer por ella; permitirle recorrer nuestro cuerpo. Permitirnos sentirla mientras hace su trabajo y respetar los tiempos para sanar es la manera que yo encontré, que a la larga me ayudó. Me sentí tranquila conmigo misma y ahora estoy en paz con ella. Entendí que no busca jamás ser mi enemiga. Que fui yo quien le asignó ese rol.
Ahora bien ¿notáis cómo me dirijo a la tristeza como si estuviera hablando de otra persona? Muchas veces parece difícil de creer por la manera en que vivimos y sentimos los eventos dolorosos en la vida, sin embargo, yo aprendí que la tristeza forma parte de algo externo. La tristeza no soy yo, no forma parte de mi identidad. La puedo sentir un millón de veces, pero no me define.
Ahora sé que la tristeza tiene la forma que yo quiero darle y el nombre que yo quiero ponerle. La puedo imaginar, materializar y asignarle un color. Puedo pensar qué edad me gustaría que tuviese y puedo dirigirme a ella escribiéndole una carta, como si le estuviera hablando a otra persona. Puedo escribirle una carta de bienvenida cuando llega, contarle todo lo que me hace sentir y todo lo que me genera. Y, al final, puedo dedicarle una carta de despedida, agradeciéndole por lo aprendido y dejándola ir.
Tal vez nunca habías pensado en esto como una posibilidad, pero te invito a que lo hagas. Anímate a ver cualquier forma de sentirte y/o cualquier problema que te afecte, con otros ojos. Porque una forma de sentirte o un problema no eres tú. Simplemente son eso, una forma de sentir o un problema.
White, M. y Epston, E. (1993). Medios narrativos para fines terapéuticos. Barcelona: Paidós.