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Post Ana Turmac, 10 septiembre, 2025

Cómo abordar el suicidio: acompañar desde el respeto y el cuidado

Dos personas abrazadas de espaldas en un campo de flores, símbolo de acompañamiento y apoyo en momentos difíciles.

Abordar el suicidio nunca es fácil. Para muchas personas, solo mencionar la palabra genera temor. Quizás miedo a abrir heridas, miedo a “dar ideas”, miedo a no saber qué decir. Sin embargo, este silencio deja a la persona que sufre aún más sola. 

La terapia narrativa nos invitan a ver las cosas de otra manera: la persona no es el problema; el problema es el problema. Los pensamientos sobre la muerte no definen a la persona que los tiene, sino que pueden surgir en contextos de dolor, desigualdad y opresión que a menudo limitan las posibilidades de vivir con dignidad.

Nombrar esos pensamientos, hacerlos visibles, incluso describir su forma, tamaño o color, puede abrir un espacio diferente. Un espacio donde la persona no se siente atrapada en una identidad de fracaso, sino reconocida como alguien con conocimientos, valores, historias y apoyos que aún la sostienen.

Hablar del suicidio desde esta perspectiva no solo implica prevenir un acto, sino también ampliar las posibilidades de vida, reconociendo lo que realmente importa para cada persona y las circunstancias que hacen que mantener la esperanza sea tan complicado.

¿Por qué es tan complicado hablar sobre el suicidio?

Hemos aprendido que abordar el suicidio es un tema tabú, cargado de estigmas y silencios. Cuando nos encontramos en la difícil situación de acompañar a alguien que esta lidiando con estos pensamientos, surgen muchas dudas, como: 

Este miedo no aparece de la nada: durante mucho tiempo, el suicidio ha sido visto de manera reduccionista, ya sea como un tabú moral, como una “enfermedad” de la persona o como un fracaso individual en su capacidad de afrontar la vida. Estas formas de entenderlo suelen aislar aún más a quienes sufren.

Desde una perspectiva más amplia, sabemos que los pensamientos suicidas no surgen en el vacío. Están relacionados con experiencias de desigualdad, violencia de género, racismo, precariedad, migración forzada o aislamiento. Cuando no se reconocen estos contextos, la persona queda atrapada en narrativas de culpa: “el problema soy yo”.

Por eso, abrir la conversación no es solo un acto entre personas: también es una forma de resistencia ante el silencio y los discursos que individualizan el sufrimiento. Hablar, con cuidado y respeto, puede devolver esperanza. No porque traiga soluciones inmediatas, sino porque reconoce que la vida de la persona tiene sentido, la historia de su sufrimiento tiene un contexto y merece ser contada. 

Separar a la persona de los pensamientos

Cuando alguien está lidiando con pensamientos suicidas, puede sentirse atrapado en la idea de que es el problema. Como si su identidad quedara reducida a ese dolor.

Una manera de aliviar esa carga es empezar a separar a la persona de los pensamientos. No eres tus pensamientos. Los pensamientos aparece y desaparecen, viene y van, y se pueden observar desde una cierta distancia.

A veces, ponerles un nombre puede ayudar. En mi consulta, algunas personas los llaman la sombrael pesola voz crítica o incluso les asignan un color o una forma. Puede sonar raro al principio, pero tiene un propósito: demostrar que la persona es mucho más que esos pensamientos. Que su vida está llena de recuerdos, habilidades, valores y relaciones que el problema no puede borrar.

Cuando se logra esa distancia, surge algo importante: se puede hablar sobre lo que esos pensamientos intentan hacer, cómo actúan, y al mismo tiempo, descubrir que la persona tiene recursos para responderles.

Cómo actúan los pensamientos suicidas

Los pensamientos sobre la muerte no aparecen de la nada; suelen llegar acompañados de mensajes duros que atacan la identidad de la persona y buscan debilitar su esperanza.

A veces, se manifiestan como una voz interna que repite frases dolorosas:

Otras veces, estos pensamientos empujan a la persona a aislarse: dejar de hablar con amigos, evitar pedir ayuda y cortar la comunicación con la familia.

Verlo de esta manera nos ayuda a reconocer algo importante: los pensamientos utilizan tácticas. No son verdades absolutas, sino estrategias que buscan reducir la fortaleza de la persona.

Al identificar estas tácticas, también podemos preguntarnos:

Abordar el suicidio nombrando estas estrategias, hace visible que la persona no está siendo pasiva ante ellas. Si ha llegado hasta aquí, es porque de alguna manera ya has resistido. Y reconocer esas resistencias devuelve fuerza y agencia para seguir adelante.

Reconectar con valores y esperanzas

Cuando los pensamientos sobre la muerte se vuelven abrumadores, tienden a oscurecer todo lo que da sentido a la vida. Es como si se colocara un velo negro que impide ver lo que realmente importa.

Sin embargo, debajo de ese velo siguen estando los valores y esperanzas que forman parte de la identidad de cada persona. Los pensamientos pueden decir: “No vales nada”, pero el simple hecho de seguir luchando, de haber buscado ayuda o de estar leyendo este texto, ya muestra lo contrario: que hay algo que todavía tiene valor.

En una conversación de acompañamiento, pueden surgir preguntas como:

Reconectar con esos valores no significa que el problema se resuelva de inmediato. Pero sí abre un nuevo horizonte: el de recordar que hay motivos, conexiones y sueños que los pensamientos no pueden borrar por completo.

A veces, hablar sobre lo que la persona quiere proteger —su familia, su comunidad, sus principios, su deseo de justicia— puede ayudar a recuperar la esperanza y encontrar nuevas razones para seguir adelante.

Tejer una red de apoyo

Los pensamientos sobre la muerte a menudo intentan hacer que la persona se aisle, como si estuviera sola o como  si a nadie le importara su ausencia. Pero ese aislamiento es parte de la trampa.

En realidad, casi siempre hay personas, vínculos o incluso recuerdos significativos que pueden convertirse en una red de apoyo. A veces, son amigos, familiares, colegas, pero también pueden ser un profesor que dejó huella, una abuela que ya no está, un personaje de un libro o incluso una mascota que le recuerdan que la vida merece la pena. 

Lo importante no es solo quién está físicamente cerca, sino quiénes pueden aportar palabras, recuerdos o gestos que desafían lo que dicen los pensamientos suicidas.

En una conversación de acompañamiento, se pueden abrir preguntas como:

Cuando comienzas a identificar a esas personas, ya sean vivas o recordadas, se forma un equipo de apoyo. Pensar en ellas, o incluso escribir sus nombres, puede traer alivio: muestra que no todo tiene que ser cargar solo con el peso del problema.

Construir esa red también devuelve conexión: recuerda que la vida se sostiene en relación con otros, y que pedir ayuda no es una debilidad, sino una forma de resistir y cuidarse.

Cómo abordar el suicidio: hablar del riesgo

Una de las preguntas más comunes es: “¿y si le pregunto por el suicidio y le doy ideas?”. Este miedo es comprensible, pero tanto los estudios como la experiencia demuestran lo contrario: nombrar el suicidio no lo provoca. De hecho, abordar el suicidio con cuidado puede ser un gran alivio para la persona.

Cuando alguien está considerando hacerse daño, a menudo carga en silencio con esas ideas. Poder expresarlas en voz alta, sin miedo a ser juzgado, crea un espacio de honestidad y de cuidado.

Existen formas de preguntar que pueden ayudar:

Puede dar miedo hacer estas preguntas, pero son esenciales para evaluar la seguridad inmediata de la persona. Saber si se trata solo de ideas pasajeras o si ya hay un plan concreto marca la diferencia al buscar ayuda.

Hacer estas preguntas no es un examen ni un interrogatorio. Es mostrar interés genuino, dar permiso para hablar de lo que muchas veces se silencia y transmitir: “no tienes que enfrentar esto solo”.

Recordar y documentar tus fortalezas

Cuando los pensamientos sobre la muerte se vuelven abrumadores, pueden intentar hacerte creer que no tienes nada por lo que luchar. Consideramos que todas las personas tienen recursos, habilidades y momentos de resistencia que, aunque parezcan pequeños, pueden marcar una diferencia.

Una buena manera a la vista es escribirlos y tenerlos a mano. Puede ser en un cuaderno, en una nota en tu móvil o incluso en una tarjeta en tu cartera.

Algunas ideas para anotar:

También puede ser útil compartir esas notas con alguien de tu red de apoyo, para que te recuerde esas fortalezas cuando más lo necesites.

Lo importante no es que estas estrategias eliminen el dolor de inmediato, sino que te recuerden que ya has encontrado formas de sostenerte en el pasado, y que eso dice mucho sobre tu capacidad y tu valor.

Mirar el problema en su contexto

Muchas veces se habla del suicidio como si fuera solo una cuestión individual, algo que ocurre “dentro” de la persona. Pero no podemos olvidar que los pensamientos sobre la muerte también se relacionan con los contextos en los que vivimos.

Muchas veces se habla del suicidio como si fuera solo un asunto individual, algo que sucede dentro de la persona. Pero no podemos olvidar que también están relacionados con los contextos en los que vivimos. 

Hay quienes llevan consigo el peso de experiencias marcadas por la violencia de género, el racismo, la precariedad laboral, la discriminación por orientación sexual o identidad de género, la migración forzada o la soledad no deseada. Estas circunstancias pueden hacer que la vida parezca insostenible, no porque la persona “falle”, sino porque las condiciones son injustas y desgastantes. 

Reconocer esto es importante por dos razones:

  1. Libera a la persona de la idea de que el problema es ella misma.
  2. Abre la puerta a imaginar respuestas más amplias, donde se puedan buscar soluciones colectivas y un apoyo más sólido. 

Abordar el suicidio desde esta perspectiva no es solo querer que alguien “siga vivo” a cualquier precio, sino de cuestionarnos: ¿cómo podemos crear vidas que merezcan la pena ser vividas?

Esto implica acompañar desde la dignidad, respetar la historia y la identidad de cada persona, y reconocer que el dolor no aparece de la nada, sino que se origina en un entramado de experiencias, relaciones y desigualdades.

Después de la conversación: pasos para seguir acompañando

Hablar sobre el suicidio puede ser un momento muy intenso, tanto para quien lo vive como para quien escucha. A menudo surge la pregunta: “¿Y ahora qué hago?”.

Recuerda que no tienes que cargar con todo el peso tú solo. Acompañar no significa tener todas las respuestas, sino estar presente y ayudar a buscar apoyo.

Algunas ideas que pueden ser útiles después de la conversación:

  1. Buscar ayuda profesional inclusiva y respetuosa. No todos los servicios son iguales; intenta encontrar un espacio donde se valore la historia, los vínculos y la dignidad de la persona, no solo una etiqueta diagnóstica.
  2. Mantener el contacto. A veces, pequeños gestos —un mensaje, una llamada, una visita— sostienen la esperanza en momentos críticos.
  3. Invitar a la persona a ampliar su red de apoyo. Pueden ser amigos, familiares, grupos o asociaciones. Recuerda que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino una forma de resistir.
  4. Haz visibles los recursos comunitarios. Además de la ayuda profesional, hay asociaciones y colectivos que trabajan en prevención del suicidio y la salud mental comunitaria.
  5. Cuídate tú también. Acompañar a alguien en esta situación puede despertar emociones intensas. Reconocerlo y buscar apoyo para ti también es parte del cuidado.

Hablar es solo el comienzo. Lo que sigue es caminar junto a la persona, paso a paso, ayudando a que el problema pierda fuerza y a que reconecte con la vida en toda su complejidad.

Conclusión: abordar el suicidio para abrir espacio a la esperanza

Los pensamientos sobre el suicidio pueden sentirse como una sombra que lo envuelve todo, pero no cuentan la historia completa de una persona. Separarlos de la identidad, reconocer cómo intentan actuar, recuperar valores y esperanzas, y tejer redes de apoyo son pasos que permiten que esa sombra pierda fuerza.

Hablar sobre el suicidio no es solo una manera de prevenir un acto, sino también de afirmar la vida en toda su dignidad. Es reconocer que el sufrimiento tiene sus razones, que no surge de la nada, y que acompañar a alguien implica también mirar los contextos de desigualdad y violencia que lo alimentan.

Prevenir el suicidio no significa solo “mantener con vida” a alguien, sino crear condiciones para que esa vida sea habitable, justa y conectada. Si estás lidiando con pensamientos sobre la muerte, o si alguien cercano a ti está pasando por esto, recuerda: no tienes que enfrentarlo solo. Hablar puede abrir caminos hacia la esperanza, el cuidado y otras formas de compañía.

Puedes contactar con la Línea 024 de atención al suicidio si tú o alguien cercano necesita ayuda urgente.

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