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Post Ana Turmac, 19 febrero, 2018

Lo que aprendí de la violencia

Construir identidades

Este relato forma parte de un proceso de terapia individual sensible al trauma con una mujer adulta que quiso explorar y resignificar los efectos del acoso escolar vivido durante su infancia. A través del trabajo terapéutico, construimos una historia alternativa centrada en la resiliencia tras la violencia, sus resistencias, fortalezas y valores. Con su consentimiento, compartimos aquí su voz y su recorrido, respetando su lenguaje y su forma de contar, como testimonio de transformación y esperanza.

La lección de la mariposa

Lo primero que comprendí al darme cuenta de que había sido víctima de la violencia fue que las experiencias traumáticas pueden marcar profundamente la forma en que una persona se ve a sí misma, a los demás y al mundo. Pero también descubrí que podemos interpretar esas experiencias de múltiples maneras. Una de ellas es entender que el dolor vivido puede forjar identidad, fortalecer el carácter y convertirse en una fuente de significado.

Muchas personas creen que pedir ayuda es una muestra de debilidad. Sin embargo, para mí, pedir ayuda fue un acto de resiliencia tras la violencia: fue mirar de frente el problema y decidir enfrentarlo. En cambio, huir, anestesiarme o evitar el dolor mediante sustancias o evasiones habría sido rendirme.

La culpa encadenada

Uno de los efectos más duros de la violencia en mi vida fue la culpa. Sin darme cuenta, empecé a pensar que lo que me pasaba era culpa mía, que me lo merecía, que yo era responsable de mi dolor. Esa culpa me encadenaba y me dejaba sin fuerzas para defenderme.

Descubrir que esa narrativa era una gran mentira fue el inicio de una revolución en mi vida. Me di cuenta de que lo que me habían hecho creer no era verdad. Y a partir de ahí, pude comenzar a ver mis fortalezas, mis capacidades, todo lo que había resistido. Comprendí que muchas de las habilidades que hoy me sostienen se han forjado en esos momentos de dolor y de lucha contra la violencia. Esa es mi forma de trabajar la resiliencia tras la violencia.

También aprendí que el entorno en el que crecemos influye enormemente en la construcción de nuestra identidad. Sentirse amado, validado y protegido desde la infancia puede sentar las bases de una identidad segura. Pero cuando se vive el desprecio, la culpa o el juicio desde pequeños, se genera una vulnerabilidad que también moldea cómo nos vemos. Aun así, descubrí que la identidad no está escrita en piedra. Podemos reconstruirla, transformarla y elegir nuevas formas de ser con las que realmente nos sintamos identificadas.

Hoy creo que el dolor puede ser un umbral hacia el crecimiento. Que a veces lo que duele, también revela las fortalezas que hemos desarrollado para resistir y salir adelante. La violencia me enseñó que no «soy», sino que «estoy siendo», que me construyo en cada momento, que puedo decidir qué historia contar sobre mí misma, qué valores defender y con quiénes caminar.

He aprendido a reconocer ese espacio entre el «ya no» y el «todavía no», ese presente en el que elijo vivir libre de culpa, recuperar el control sobre mi vida, disfrutar de lo que amo y aceptarme tal como soy.

Resiliencia tras la violencia

El viaje ha sido largo y desafiante. Pero si todas las experiencias que viví han contribuido a que sea quien soy hoy, entonces me siento orgullosa de cada una de ellas. Hoy miro hacia atrás y reconozco los recursos que utilicé para resistir, para no rendirme, para reclamar mi derecho a decidir sobre mi vida. Nunca imaginé que podría llegar a decir que me siento orgullosa de mi pasado. Y sin embargo, hoy puedo hacerlo.

Mi vida ha sido como un viaje en bicicleta. Si dejo de pedalear, corro el riesgo de caer. En el camino me he encontrado con imprevistos, tormentas, cruces de caminos. Pero he aprendido que, ante la dificultad, existen muchas formas de responder: puedo quedarme quieta y esperar, puedo frustrarme, puedo quejarme o puedo adaptarme y seguir avanzando. Los recursos que necesitaba siempre estuvieron en mí; lo que necesitaba era reconocerlos.

Mi forma de aprender ha sido volver a intentarlo una y otra vez. Así fue como descubrí que la única persona que puede decidir sobre mi vida soy yo. He creado un mundo propio, donde las personas ya no determinan quién soy, sino que me acompañan en el camino.

Y cuando regresen las tormentas y todo parezca tambalearse, me permito pausar antes de actuar. Me doy tiempo para sentir, para dejar que las emociones pasen y poder ver con claridad. Recuerdo que, incluso tras la tormenta más oscura, el sol siempre vuelve a brillar.

Historias compartidas

Esta historia se convierte no solo en un testimonio de superación personal, sino en un ejemplo del poder transformador que puede tener un proceso de terapia.

Que estas palabras lleguen a quienes también buscan resignificar sus historias de violencias y abusos.

TERAPIA, MEDIACIÓN Y FORMACIÓN

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