En este artículo, no pretendo ofrecer una descripción rigurosa, oficial, experta o teórica de la externalización. En cambio, compartiré mi propia lectura, entendimiento y significado al encontrarme con este tipo de conversaciones. Para ilustrar los conceptos, hablaré del caso de M., quien ha dado permiso para que publique la carta que le escribió a «El Alcohol».
Michael White y David Epston son los fundadores de lo que hoy conocemos como terapia narrativa o prácticas narrativas. En su libro «Maps of Narrative Practice» (Mapas de la práctica narrativa), Michael White presenta distintos tipos de conversaciones terapéuticas, entre los que se encuentran las conversaciones de externalización.
Conversaciones de externalización: más que una técnica
Es importante resaltar la palabra «conversación» porque si nos quedamos únicamente con el concepto de externalización, podríamos interpretar de forma errónea el objetivo de esta práctica. La externalización no es una técnica o «herramienta» que tiene el objetivo de sacar el problema de la persona como quien extrae una muela, liberándose de los dolores y molestias que estaba provocando. Menos aún pretende eximir a la persona de su responsabilidad respecto al problema.
Normalmente, las personas que consultan en terapia llegan con historias saturadas del problema que están sufriendo. Estas historias, protagonizadas por el problema, no permiten que las personas vean otras historias, valores e identidades que tienen en sus vidas. El problema ha conseguido definir su identidad hasta el punto de sentir y creer que la persona misma es el problema: «Soy ansioso, nerviosa, obsesivo, alcohólica, etc.»
Vivimos en una sociedad que promueve el uso de categorías que oprimen y describen a las personas hasta el punto de conseguir que pierdan de vista su potencial agencia personal. De esta manera, las conversaciones de externalización son un acto político que nos permite a lxs terapeutas mostrar resistencia ante prácticas profesionales opresivas.
A continuación, reproduciré la carta que una consultante le dedicó al problema que había invadido su vida en ese momento y por el que estaba en un proceso de terapia.
Carta de M. a El Alcohol
M. tenía 47 años cuando le recomendaron consultar a una terapeuta. En su biografía había historias complicadas desde la infancia pero, en su presente, El Alcohol parecía ser el problema.
Tras varias sesiones de externalización con su terapeuta (A.), M. escribió una carta (se conserva el uso original de mayúsculas y subrayado):
Algunos pasos de la conversación de externalización
A partir de la conversación de externalización, creamos un escenario para que la persona pueda:
- Nombrar el problema, describir cómo es, cuándo aparece, etc. En este momento, la persona y el problema se configuran como dos entidades distintas, dos entes que pueden nombrarse mutuamente, conocerse y reconocerse el uno en el otro, pero también tomar distancia para entender quién es cada uno. M. prefirió referirse a su problema como «El Alcohol».
- Describir los efectos del problema en las diferentes áreas de la vida de la persona, en sus relaciones, respecto a sus valores, intereses, esperanzas, planes de vida, etc. De esta manera, la persona tiene la oportunidad de posicionarse con respecto a la presencia del problema en su vida. M. le dijo al Alcohol, en su carta, que le estaba amargando la vida.
- Evaluar los efectos del problema, siendo la persona la que realiza esta evaluación y dejando espacio para posibles efectos que la persona pueda apreciar. M. le dijo al alcohol «a veces te quiero y a veces te odio».
- Justificar la evaluación, facilitando procesos reflexivos que lleven a la persona a concluir el porqué de su evaluación.
Todo este proceso le devuelve la voz a la persona, pues no es un profesional el que emite un diagnóstico, «etiqueta» y describe los síntomas y sus consecuencias. En un escenario «clínico» en el que el profesional actúa como experto en las vidas de sus consultantes, la persona recibe toda la información de manera pasiva y solo puede resignarse con su rol de espectador.
Las conversaciones de externalización permiten que las personas adquieran poder sobre sus vidas recuperando la autoría de la historia que le contarán a su terapeuta sobre cómo es el problema, cómo se llama, cuáles son sus efectos, si le gustan o si no, y por qué le gustan o no.
Por tanto, en la conversación de externalización se abre un paisaje completamente distinto, que permite hablar del problema en tercera persona. Esta práctica ofrece un espacio libre de culpa y desarrolla la capacidad de explorar nuevos territorios que permiten a la persona posicionarse, recuperar su agencia personal y asumir la responsabilidad por sus problemas.
Metáforas y acciones: herramientas para enfrentar el problema
La posición de la persona frente al problema será la puerta para las acciones y es común que se presente en forma de metáforas. En la carta, vemos cómo M. utiliza la metáfora del pozo sin fondo para exponer un escenario que quiere evitar. Para ello, se posiciona ante el alcohol con las metáforas de echar un pulso (sentido de competición) y manos a la obra (sentido de construcción).
Tal y como predijo M., le echó ese pulso al Alcohol, lo ganó y construyó una nueva historia en la que él no está.
Me gustaría terminar diciendo que la externalización es un modo de ver y hablar que lleva a las personas a visitar espacios en los que no habían estado antes. Este modo de hablar permite a las personas recuperar su voz, su propia identidad separada del problema y su sentido de agencia personal.
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