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Post Ana Turmac, 5 febrero, 2025

Traumas invisibles y violencia estructural en Salud Mental

Mujer cubriéndose los ojos con las manos, representando la invisibilidad del trauma emocional y la negación del malestar en la salud mental.

Los traumas invisibles en terapia: cuáles son y por qué pasan desapercibidos

Cuando hablamos de trauma, solemos pensar en eventos evidentes como accidentes, abusos o pérdidas trágicas. Sin embargo, muchas experiencias tienen impacto en la salud mental sin ser reconocidas como traumáticas. Estas vivencias, a menudo normalizadas o minimizadas, son traumas invisibles que generan malestar emocional y afectan la vida de las personas.

Los enfoques terapéuticos tradicionales, asocian el trauma a eventos extremos, dejando fuera experiencias más sutiles pero igualmente dañinas. Esta visión limitada excluye formas de sufrimiento cotidianas que también dejan huellas profundas.

La falta de validación, la violencia simbólica, el estrés derivado de la precariedad o incluso ciertas dinámicas familiares pueden generar heridas emocionales que no siempre reciben el reconocimiento necesario en terapia. Esta falta de reconocimiento está estrechamente relacionada con la violencia estructural en salud mental. Este tipo de violencia invisibiliza las causas sistémicas del malestar, haciendo que se responsabilice a la persona individualmente de su sufrimiento.

En este artículo exploraremos qué son los traumas invisibles y cómo la violencia estructural en salud mental contribuye a que estas experiencias pasen desapercibidas en terapia. Veremos cómo su impacto puede ser igual de profundo que el de los traumas más evidentes, y la importancia de ampliar la mirada terapéutica para incluir estos contextos.

¿Por qué los traumas invisibles pasan desapercibidos en terapia?

En muchos enfoques terapéuticos tradicionales, el trauma se entiende como una experiencia extrema que deja una huella evidente en la vida de la persona. Esta concepción se centra en eventos traumáticos visibles y directos.

Sin embargo, esta visión excluye otras formas de sufrimiento que, aunque menos visibles, pueden ser igual de profundas y limitantes.

Algunas razones por las que ciertos traumas invisibles quedan fuera del reconocimiento en terapia están directamente vinculadas a la violencia estructural en salud mental.

Normalización de ciertas violencias

Muchas formas de violencia emocional y simbólica se han integrado en la cultura y las relaciones cotidianas hasta el punto de volverse invisibles. Comentarios despectivos en la infancia, expectativas rígidas de género o dinámicas familiares controladoras son ejemplos de experiencias que se minimizan o se perciben como «normales».

Dinámicas familiares rígidas y autoritarias

Las dinámicas familiares controladoras pueden manifestarse de diversas maneras: padres y madres que supervisan de manera excesiva las decisiones de sus hijos adultos, familias que imponen lealtades incondicionales o que limitan la autonomía emocional bajo la excusa de «proteger», «guiar» o «educar».

Este tipo de control, aunque se disfrace de cuidado, puede generar inseguridad y dependencia emocional. Esto dificulta el desarrollo de una identidad propia y afecta la capacidad de tomar decisiones de forma independiente. Estas dinámicas no solo representan una forma de control, sino que también constituyen una forma de abuso emocional que puede generar traumas y respuestas traumáticas en las personas que las sufren. La constante invalidación de la autonomía personal y la imposición de expectativas pueden llevar a la ansiedad, la inseguridad crónica y la dificultad para establecer límites saludables en las relaciones.

Ejemplo: Una persona que creció en un entorno familiar donde se ignoraban sus emociones y se controlaban sus decisiones personales puede no identificar estas dinámicas como formas de abuso emocional. Al estar normalizadas, es posible que no reconozca el impacto traumático que han tenido en su desarrollo emocional y, por lo tanto, no las aborde en terapia. Con el tiempo, esta persona puede haber sido condicionada a buscar la aprobación continua de sus padres antes de cualquier elección importante en su vida, como elegir pareja o decidir sobre su carrera profesional. Esta necesidad constante de validación externa puede derivar en ansiedad e inseguridad crónica. A su vez, estas emociones dificultan el establecimiento de límites saludables en sus relaciones adultas.

Enfoques terapéuticos que individualizan el malestar

Algunas corrientes psicológicas enfatizan el cambio individual sin considerar el impacto del contexto social, cultural y económico. Este enfoque puede limitar la comprensión de los factores externos que influyen en la salud mental.

Al centrar la atención exclusivamente en el individuo, se corre el riesgo de responsabilizar a la persona de su propio malestar. Esto puede generar sentimientos de culpa y aislar aún más a quienes ya enfrentan situaciones complejas.

La necesidad de un enfoque integral

Incorporar el contexto social, cultural y económico en el tratamiento psicológico es fundamental para una comprensión completa del malestar. Un enfoque integral permite abordar tanto los factores internos como las influencias externas que afectan la salud mental. Trabajando con un enfoque contextualizado, evitamos que la persona se sienta responsable de su sufrimiento, ayudando a identificar las estructuras sociales y culturales que contribuyen a su malestar y perpetúan el sufrimiento. perpetúan. Esta individualización del malestar es un reflejo claro de la violencia estructural en salud mental, que desvía la atención de las causas sistémicas del sufrimiento.

Violencia estructural perpetuada por instituciones de salud mental

La violencia estructural en salud mental no solo se manifiesta en la omisión del contexto en la terapia individual, sino también en las propias instituciones de salud mental. Las clínicas, hospitales y centros de atención muchas veces reproducen desigualdades al ofrecer servicios que no están adaptados a las necesidades de grupos vulnerables. Esto incluye la falta de acceso a atención de calidad para personas de bajos recursos, migrantes o comunidades racializadas.

El enfoque excesivo en la patologización del malestar también es un ejemplo de esta violencia estructural. Se tiende a etiquetar y medicar síntomas sin explorar las causas sociales y económicas que los originan. Además, la falta de terapeutas que comprendan contextos culturales diversos o que estén capacitados para abordar problemas estructurales limita la efectividad del tratamiento.

Ejemplo: Una mujer que experimenta ansiedad extrema debido a la sobrecarga de trabajo y el rol de cuidadora puede recibir estrategias de gestión del estrés sin que se analicen las condiciones estructurales que refuerzan esa carga.

Falta de conciencia sobre el impacto del entorno social y cultural

Las experiencias de discriminación, racismo, homofobia o desigualdad económica pueden ser fuente de trauma. Sin embargo, a menudo no se abordan en terapia porque no se consideran «eventos traumáticos» en el sentido clásico. La acumulación de estas experiencias genera un desgaste emocional profundo. Al mismo tiempo, negación de estos factores en el proceso terapéutico es una manifestación más de la violencia estructural en salud mental.

Barreras de acceso y exclusión en el sistema de salud mental

La violencia estructural en salud mental también se manifiesta en las barreras de acceso a los servicios de salud mental. Las largas listas de espera en el sistema público, el precio alto de la atención privada y la falta de recursos en zonas rurales o comunidades marginadas limitan el acceso de muchas personas a una atención adecuada. Además, las terapias no están siempre adaptadas culturalmente, lo que puede dejar fuera a poblaciones diversas que no se sienten representadas o comprendidas.

Ejemplo: Una persona racializada que ha crecido sintiendo que debe esforzarse el doble para ser valorada podría haber internalizado la idea de que su estrés es «su problema» y no una consecuencia de un sistema desigual.

Ejemplos de traumas invisibles

Los microtraumas son pequeñas agresiones cotidianas que, por su frecuencia y persistencia, generan un impacto acumulativo. Comentarios aparentemente inofensivos, miradas despectivas o actitudes condescendientes pueden erosionar la autoestima y el bienestar emocional.

Ejemplo: Un trabajador que constantemente recibe bromas sobre su acento o apariencia puede desarrollar inseguridad y ansiedad social. Este tipo de discriminación diaria mina la agencia personal y crea un entorno hostil que afecta la propia identidad de la persona.

Si en terapia se trata la ansiedad o la inseguridad sin tener en cuenta este contexto de discriminación, se corre el riesgo de abordar solo los síntomas. Ignorar el origen estructural del malestar perpetúa la injusticia y atenta contra la ética. De esta manera, la terapia no solo invisibiliza la causa real del sufrimiento, sino que también puede convertirse en un instrumento de opresión al responsabilizar a la persona de un problema que tiene raíces sociales y sistémicas. Este enfoque refuerza la idea de que el malestar es un fallo individual, perpetuando la injusticia.

El abuso emocional no siempre se manifiesta de forma explícita. Dinámicas de control, gaslighting (hacer que alguien dude de su propia percepción de la realidad) o el menosprecio constante pueden pasar desapercibidos tanto para la víctima como para el entorno.

Ejemplo: Una pareja que minimiza los logros de la otra persona o la hace sentir culpable por expresar sus necesidades está ejerciendo un tipo de abuso emocional que puede dejar secuelas profundas.

No todos los duelos son por la pérdida de un ser querido. La pérdida de un trabajo, una amistad, un sueño o incluso un cambio de identidad pueden generar un proceso de duelo que, al no ser validado socialmente, queda sin procesar.

Ejemplo: Una persona que emigra y pierde su red de apoyo puede experimentar un duelo profundo que no siempre es reconocido ni tratado como tal. Además, las personas inmigrantes a menudo no disponen de recursos adecuados o no se les provee de los apoyos necesarios para facilitar su adaptación, lo que puede agravar este duelo y dificultar su proceso de integración.

Impacto de la precariedad y la violencia estructural

La precariedad económica no solo genera estrés, sino que también limita las oportunidades de desarrollo personal y profesional, afectando la salud mental. La falta de acceso a servicios básicos, como atención médica o educación, agrava estas condiciones, dejando a las personas en situaciones de vulnerabilidad crónica. El problema de acceso de muchas personas a una vivienda digna también contribuye a un sentimiento constante de inestabilidad y miedo.

Ejemplo: Una persona que debe elegir entre pagar el alquiler o comprar comida enfrenta una presión constante que impacta su bienestar emocional. En terapia, este tipo de sufrimiento a menudo se aborda como «estrés» o «ansiedad» sin considerar las condiciones estructurales que se encuentran en su origen. 

Experiencias de maltrato en entornos terapéuticos o médicos

Paradójicamente, algunos entornos que deberían ser espacios de cuidado pueden convertirse en fuentes de trauma. Actitudes paternalistas, falta de escucha, diagnósticos apresurados o incluso el abuso de poder por parte de profesionales pueden generar retraumatización. Estas experiencias también forman parte de la violencia estructural en salud mental, al reforzar dinámicas de poder desiguales dentro de los propios espacios de ayuda.

Ejemplo: Una persona que acude a terapia buscando apoyo y se encuentra con un profesional que minimiza su experiencia o la juzga, puede salir de esa sesión con más malestar que alivio.

Conclusión: La importancia de ampliar la mirada terapéutica

Reconocer y abordar los traumas invisibles y la violencia estructural en salud mental es fundamental para ofrecer un acompañamiento terapéutico más completo y empático. Ampliar la mirada más allá de los eventos extremos y considerar el impacto del contexto social, cultural y económico permite validar experiencias que, aunque sutiles o normalizadas, afectan la vida de las personas.

Cuestionar los enfoques que individualizan el malestar y abrir espacios para reflexionar sobre las estructuras que perpetúan el sufrimiento no solo enriquece la práctica terapéutica, sino que también contribuye a una mayor justicia personal y social.

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