«Lo que viví me dolió, pero sufrí más al darme cuenta de que nadie entendía por qué me afectó tanto.»
Esta frase le pertenece a una persona que asiste a terapia y resume una de las grandes ausencias en muchas conversaciones terapéuticas: el reconocimiento. No del problema, ni siquiera del dolor en sí, sino de aquello que era importante para esa persona y que fue vulnerado por lo que le ocurrió.
La ética del reconocimiento en la terapia no es validación
Cuando hablamos de una ética del reconocimiento, no nos referimos simplemente a darle la razón o a validar su experiencia. Reconocer es escuchar con cuidado la historia sobre lo que es importante, lo que se quiere proteger, lo que se defiende en silencio. Es asumir que en todo dolor hay una historia más amplia, que se teje con valores, sueños y compromisos que merecen ser nombrados.
Esta perspectiva no se enfoca en el problema como diagnóstico, sino en la persona como sujeto de significados. Implica hacernos preguntas como: ¿Qué es lo que este dolor dice de lo que es importante para esta persona? ¿Qué valores está intentando proteger, incluso si no los nombra como tales?
Lo ausente pero implícito: las historias que cuenta el dolor
En general, las personas no suelen nombrar directamente lo que es importante para ellas, lo que valoran en la vida. Pero todo eso está ahí, implícito en su historia de dolor. Si alguien dice «no reconocieron mi esfuerzo», quizás esté hablando de su compromiso, su responsabilidad o su deseo de ser visto. Si alguien llora por una pérdida, quizás esté defendiendo la importancia del vínculo, de la lealtad, del amor compartido.
Michael White lo llamó «ausente pero implícito»: valores y esperanzas que se hacen visibles a través del impacto de su ausencia. Trabajar desde la ética del reconocimiento implica prestar atención a esas señales sutiles, y construir conversaciones que permitan recuperarlas.
Una forma distinta de acompañar: ética del reconocimiento en la terapia
Para las personas profesionales del cuidado y la terapia, esto implica tener una mirada diferente. No es una mirada que interpreta desde fuera, sino una mirada desde la curiosidad y el respeto; ¿qué quiso proteger esta persona con la decisión que tomó? ¿Qué estaba defendiendo incluso cuando se sintió frágil?
No se trata de romantizar el sufrimiento, sino de reconocer que, incluso en medio del dolor, hay agencia, valores y una historia que merece ser contada desde el cuidado, el respeto y la dignidad.
Conclusión: Una práctica basada en la dignidad
Rescatar las historias sobre lo que es importante para las personas es una forma de resistencia ante las prácticas que reducen a las personas a síntomas o etiquetas. La ética del reconocimiento nos recuerda que todas las personas sostienen algo, incluso cuando todo parece derrumbarse. Y que ese «algo» merece ser nombrado, cuidado y compartido.
Como terapeutas y profesionales del trabajo con personas, este compromiso puede transformar la manera en que nos relacionamos con las múltiples historias de las personas a las que acompañamos.
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