
La lección de la mariposa.
Lo primero que aprendí de la violencia cuando me di cuenta que era una víctima, fue que las experiencias que uno vive como traumáticas pueden marcar su forma de ser, de verse a sí mismo y de ver la vida en general. Y entendí que podemos interpretar estas experiencias de múltiples maneras. Una de las interpretaciones que se le puede dar al dolor es que las situaciones adversas sirven para forjarse y para construir un cierto tipo de identidad.
Mucha gente piensa que pedir ayuda significa reconocer tu debilidad. Pero he visto en mi vida que pedir ayuda, en realidad, es enfrentarse al problema. Y eso es de valientes, porque para mí, ser cobarde sería evitar enfrentar la situación usando sustancias como las drogas o el alcohol para evadirme del problema.
La culpa encadena y te hace ser más vulnerable
Una de las cosas que la violencia ha conseguido en mi vida ha sido hacerme sentir culpable de todo lo que me estaba ocurriendo. Sin darme cuenta, me estaba echando la culpa y estaba justificando mi dolor pensando que me lo merecía, porque el sentimiento de culpa te encadena y te hace ser más vulnerable.
Pensar durante toda la vida que yo tenía la culpa y luego descubrir que era todo mentira, que era lo que me habían hecho creer, fue un gran paso para mí. Creo que desenmascarar esa gran mentira fue el punto de partida, el desencadenante de la revolución de mi vida y de mi identidad. A partir de ese momento fui capaz de ver todas las cosas de valor que tenía, las habilidades y capacidades que había desarrollado durante todo este tiempo siendo víctima de la violencia. Hoy puedo decir que todas esas fortalezas están ahí, en parte, por las situaciones que he pasado a lo largo de mi vida, marcadas por la violencia.
También he aprendido que cuando eres pequeño, el ambiente en el que te crías puede influir en la manera de construirte a ti mismo. Puede crear una persona estable si en casa te sientes amado y protegido o puede crear una persona vulnerable si en casa te sientes despreciado, si te culpan por lo que te ocurre y te repiten una y otra vez que te lo mereces. Pero también he visto que esa identidad no es fija ni estable, sino que se puede transformar en algo con lo que realmente estés a gusto y creas que te define.
Ahora sé que a veces lo que duele, esconde oportunidades para crecer y que el dolor es el reflejo de las fortalezas que se desarrollan por aguantar y resistirte a los efectos que la violencia tiene en tu vida.
Finalmente, lo que la violencia me ha enseñado es que nunca soy sino que estoy siendo en cada momento y que siempre puedo elegir cómo construirme a cada paso; quiénes son las personas importantes para mí, que me apoyan y me enriquecen; cómo protegerme y valorarme a mí misma por lo que soy ahora, por lo que he sido y por lo que llegaré a ser en el futuro. He aprendido a respetar el espacio que hay entre el «ya no más» y el «todavía no«, espacio que representa el AQUÍ y AHORA en mi vida. Un ahora libre de culpa, en el que puedo controlar mi vida, puedo hacer las cosas que me gustan y aceptarme tal como soy.
Las historias que construyen mi identidad preferida
El viaje ha sido duro. Pero si todo lo que he vivido ha servido para construir a la persona que soy, me siento orgullosa de cada uno de los momentos vividos en mi vida. Hoy miro atrás y veo cómo he utilizado todos los recursos que he tenido a mi alcance para luchar contra las injusticias que he vivido y para reivindicar mi derecho a elegir mi vida. Nunca pensé que llegaría el día en el que pueda decir que me siento orgullosa de mi pasado porque gracias a él hoy soy mejor.
Mi vida ha sido como un viaje en bicicleta, si dejo de pedalear puedo caerme. Por el trayecto voy encontrando todo tipo de imprevistos que pueden amargarme el viaje. Pero he aprendido que, en momentos de dificultad, siempre hay varios caminos que tomar: puedo bloquearme y dejar que la situación me sobrepase; puedo bajarme de la bici, sentarme en el suelo y esperar a que pase la tormenta; puedo desesperarme y quejarme por mi mala suerte o puedo adaptarme a la situación. He visto que mis recursos siempre han estado allí, pero de nada sirve tenerlos si no soy consciente de que los tengo.
Lo que a mí me sirve es seguir intentándolo una y otra vez; esta es mi manera de aprender. Así es como aprendí que la única que puede decidir sobre mi vida, soy yo. He construido mi propio mundo, en el que las personas ya no son una extensión de mí, sino que sólo me acompañan.
Y cuando lleguen las tormentas y sienta que mi vida se descontrola: dejo pasar el tiempo antes de intentar solucionarlo; dejo fluir las emociones para que pase ese estado temporal y pueda ver con claridad mi realidad; recuerdo que siempre, después de la tormenta, el sol vuelve a brillar.